Ningún padre de la iglesia
ha sabido explicar
por qué no existe
un mandamiento once
que ordene a la mujer
no codiciar al hombre
de su prójima.
"Dos confesiones. Una: detesto a todos los bajalíneas obsesivos, empeñados en coartar nuestra libertad y autonomía como individuos. Dos: soy mucho más tolerante con mis propias bajadas de línea." Luis Gregorich
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